LUIS CISNEROS, ESCRITOR PERUANO

Luis Cisneros es un escritor peruano nacido en el Cusco y radica en Buenos Aires Argentina, desde hace muchos años, ha publicado muchos trabajos, especialmente cuentos con temática andina y peruana.

My Photo
Name:
Location: Cusco, Cusco, Peru

Escritor, promotor cultural, artista plástico e ingeniero químico, dedicado a la creación y producción cerámica. Ha publicado obras sobre temas de cultura, poesía, historia, química y geometría.Web:www.kutiry.org, email:jgutierrezsamanez@yahoo.com.

Sunday, April 23, 2006

Las Alasitas

(Cuento de Luis Cisneros Barrios)
Para Enrique Vázquez
En ese entonces, nos hallábamos en plena época de secas. Yo viajaba solo, iba por la puna, lo hacía en el viejo vehículo que la empresa me había proporcionado. Avanzaba a los tumbos por un pedregoso camino que se empinaba hacia el infinito. Me rodeaba un aire tan puro que resultaba empalagoso de absorber. Hacía horas que me hallaba en esas llanuras interminables y frías donde los ámbitos parecían haber sido creados para la presencia divina o tal vez para la final comparencia de la raza humana. En ese silencio, el motor de mi vehículo gemía con la angustia de una huallata a la que, en un descuido, le hubiesen birlado el nido.
En aquel tiempo trabajaba yo como viajante de comercio. Recorría el sur del país ofreciendo diversos tipos de galletas, principalmente las “Galletas de minero”. Así se denominaban a las más duras y posiblemente las únicas que carecían de sabor. A pesar de lo insípidas, constituían el principal alimento que todo arriero o pastor atesoraba en sus alforjas.
De pronto, allá, a lo lejos, a un costado de la carretera, vi que algo se movía; a medida que me acercaba pude constatar que se trataba de un campesino que, con gran dificultad, cargaba una pesada bolsa a la espalda. Me detuve a su lado y abriendo la portezuela del vehículo me ofrecí para llevarlo. Mitad en quechua y mitad en castellano, se deshizo en agradecimientos. Efectivamente la carga debió ser pesada ya que al depositarla en el piso del coche, el peso balanceó fuertemente el vehículo.
“Voy a Puno” –le dije y agregué - “Si usted quiere, puedo llevarlo hasta allá.” El hombre, como mucha gente de esa zona, hablaba mezclando el quechua, el castellano y a veces también el aimará. No recuerdo bien las palabras que utilizó, pero para evitar errores idiomáticos trataré, con algunas excepciones, de contar su conversación como si sólo me hubiese hablado en castellano.
- “ Gracias caballero por su gentileza - me dijo sonriendo Voy aquí nomás, a medio kilómetro”
Yo sabía que en esas zonas, medio kilómetro puede entenderse tanto como cuatro, cinco o diez. En general, es una expresión que indica solamente lejanías.
- “ ¿Que lleva tan pesado? ” - le pregunté, más que nada por hablar de algo, después de tantas horas sin haber pronunciado palabra alguna.
- Hallpa – me dijo, pero al creer que ignoraba el quechua inmediatamente tradujo al castellano: es tierra.
- ¿¡Tierra!? - pregunté sumamente sorprendido. Imaginé, por un instante, que tenía de acompañante a un loco o tal vez a un fanático creyente, transportando alguna de esas promesas absurdas.
- Arcilla sumac, buena. Por aquí escasean las arcillas buenas... He tenido suerte de encontrar la mejor. No quiero que los otros descubran de donde la saco... Usted sabe que todo lo bueno se despilfarra.
- “¿Quiénes son los otros?” - le pregunté algo sorprendido.
- “¡Ah, claro!¡claro!...Los otros alfareros, pues... ¿No oyó hablar del torito de Pucará? De aquí y... de mis manos saldrán los más lindos, ya verá” – mientras lo decía, golpeó la bolsa de tierra, con cariño... “Vivo en Las Alasitas. Allí, quien no trabaja con lana lo hace con arcilla, sabe. Casi todos los cacharros que se venden en el Cusco y Puno, los fabricamos aquí... Si aún no conoce el pueblo, por qué no se da una vueltita, vaya pues, le va a gustar nomás... además ya mañana empieza la feria. Algo habrá que le pueda interesar.”
Continuamos el viaje dentro de un extraño recogimiento mientras arriba el azul del cielo, más intenso a cada instante, intentaba abrumarnos con la pureza de su aire.
- Señor, me dijo mi acompañante, estamos por llegar, ahicito está el cruce.- Efectivamente, de inmediato, llegamos a un pequeño desvío donde el camino al angostarse se perdía en la llanura. Había cumplido mi trabajo en tiempo y como no tenía apuro por llegar a destino, pensé conocer aquel pueblo que me abría una posibilidad comercial. Siendo así, no me costaría nada acercar al alfarero a su destino. Al saberlo, sonrió complacido y bendijo mi presencia.
A los pocos minutos de recorrer el desvío, mi acompañante me señaló una vivienda campesina recostada sobre el borde del camino. “ Esa es mi casa. Pare acá nomás. Usted siga medio kilómetro y detrás de esa loma, a la derecha, encontrará el cementerio, pero más allacito verá el pueblo. No se vaya por favor sin despedirse; le tendré preparado un recuerdo”. – me dijo – mientras alzaba con dificultad la bolsa y reiteraba sus agradecimientos.
Reanudé la marcha y al dejar atrás el cementerio y superar la loma, quedé estupefacto, sorprendido. Sin apagar el motor que parecía ahogarse, descendí del vehículo y me puse a contemplar aquel pueblo inaudito, aquel espectáculo inenarrable, aquel grupo de construcciones irracionales. Por largos minutos permanecí inmóvil. No daba crédito a lo que veía. Sabía que me sería difícil explicar la existencia de un pueblo con aquellas características y decidí internarme en Las Alasitas, que a mí me parecía un vestigio de Babel. Las casas que tenía en frente de mí, planteaban un contrasentido en medio de la inmensidad del paisaje. Parecía un pueblo donde la locura de sus habitantes hubiese aflorado en edificios, diré rascacielos si de alguna forma debo definirlos. Eran construcciones que indiferentes a la inmensidad de la puna, se apiñaban en pocas calles arrebatándose y disputando el espacio de los cielos.
A medida que me acercaba al pueblo pensaba en la estupidez de aquellos campesinos. Recordé haber conocido algún demente en las ciudades donde viví con anterioridad, pero nunca pensé que todo un pueblo en su conjunto pudiera perder la razón. No dejé de pensar en la posibilidad de una huída acelerada, lo haría en cuanto alguno de aquellos locos se abalanzara para atacarme. Sin embargo, no fue así, al preguntar por la razón de las enormes construcciones, un comedido me explicó que las mismas constituían promesas hechas al Santo Patrono, cuya imagen coronaba el cerro Las Alasitas. Estaban convencidos de que gracias al cumplimiento de las promesas, el santo los ayudaba, así era que la producción de cerámicas y tejidos, respondiendo a diversos pedidos, aumentaba constantemente, lo que, por su puesto traía un bienestar económico al pueblo.
Las promesas consistían en edificar, en señal de público agradecimiento, uno o dos pisos más sobre la propia vivienda. Así se habían levantado casas de siete u ocho pisos con la perspectiva de seguir construyendo a medida que continuaran las promesas. Esto en cualquier ciudad moderna hubiese constituido una señal de progreso, pero allí en la puna, donde no existía hierro ni cemento y todo se hacía con adobes de barro, esos edificios constituían un latente peligro de desmoronamiento. Ante las inclinaciones, fisuras y agrietamientos que presentaban algunas paredes, a partir del segundo piso las viviendas no se habitaban.
Luego de recibir el regalo que el ceramista me tenía preparado retomé mi viaje, pero no dejaba de pensar en el peligro al que estaban expuestos los habitantes de aquel pueblo de ignorantes. A medida que me acercaba a la ciudad de Puno, tome la principal carretera, ésta se hallaba asfaltada señalizada y con profusión de letreros de conocidos productos multinacionales, fue entonces cuando comprendí que lo que había visto en las Alasitas era solamente una muestra de la estupidez humana porque aquel accionar no difería del que usaban los imperios acumulando armas o el de las grandes compañías las que crecían día a día construyendo fortunas que no servían a nadie, esos gigantes edificios del poder económico y armamentista, pensé, también un día, se vendrán abajo aplastando a la humanidad entera.

Saturday, April 22, 2006

Reglas largas y puntiagudas (cuento de Luis Cisneros)

“ Fue una mañana de noviembre cuando el pueblo se despertó con la noticia de que el alcalde había muerto. En ese momento nadie sabía si se había suicidado o si alguien lo había ahorcado. Lo único cierto era que su cuerpo colgaba en un balcón, no precisamente el de su vivienda, sino en el de una conocida cucufata.
Al oír la noticia, la gente saltó de la cama y corrió a verlo. No era para menos, cualquiera en el pueblo tenía motivos suficientes para odiarlo. Así fue que los cholos a medio vestirse disparaban por las calles, a los empujones y en carga montón. Lo hacían como si, en algún lugar, estuvieran repartiendo esperanzas y tuvieran miedo de llegar tarde aunque más no fuese para recibir una sobra.”
- Permítame que lo interrumpa, pero no puede contar cuentos usando metáforas. No es correcto.
- Perdónenme. Se me escapó. De todos modos, no era una metáfora, sino sólo una comparación, un símil.
- Tampoco están permitidos. Tache todos. Vamos prosiga.
“...Bamboleándose suavemente al viento, se encontraba el cuerpo desnudo, amarillento, grasoso e impúdico de quien había sido el hombre más aborrecido de la quebrada.”
- Pare el cuento. ¡Es incorrecto usar tanto adjetivo! Hay épocas, estilos. Si quiere que lo sigamos atendiendo ¡actualícese! Sepa que nos consideramos críticos inteligentes y con su relato, si así se lo puede llamar, lo único que hace es agredir de continuo nuestra sensibilidad.
- Mil disculpas. No me di cuenta. En verdad lo siento.
- Bueno, bueno, continúe.
“Lo que sorprendía no era tanto su desnudez, ni siquiera la expresión y el color que había tomado su rostro, sino unas manchas rojas en el bajo vientre igual que si alguien, con una brocha, le hubiese pintado los genitales.
Los pobres allí reunidos, en silencio, contemplaban el cadáver y rememoraban las perradas e injusticias de que habían sido víctimas a manos de aquel déspota que colgaba del cuello y aunque ninguno lo exteriorizaba a viva voz, el corazón de cada quien saltaba de contento como pichitankas entre los maizales.”
- Otra vez comparaciones, no señor, no... No puede seguir en esa forma. ¡Esto es basura!
- Les vuelvo a pedir perdón. Es una mala costumbre que tengo. Seré más cuidadoso. Se los prometo.
- Si es así, prosiga, pero no sea tan extenso ni se haga el interesante, recuerde que la tendencia actual es el minimalismo con un toque de aburrimiento.
- Desde mi punto de vista, lo que este relato necesita es algo de sexo.
- Tengan paciencia. Intentaré darles gusto.
“...A las cansadas llegó el comisario, miró el cuerpo amoratado y como quien entendiera de ahorcamientos, observó detenidamente pequeños detalles como la altura a la que se hallaba el occiso, la distancia de éste a la pared y sobre todo, el reguero de gotas rojas que parecían ser de sangre y que habían caído sobre la vereda. Luego, ante la expectativa de los mirones, golpeó con decisión la puerta. En ese instante, el sol que había estado remiso, apareció brillante. Jugueteando con luces y sombras formó, en el suelo, extrañas figuras y vistió el cuerpo inerme con manchas negras y amarillas. Fue cuando el cachaco, cansado de golpetear la madera, forcejeó la cerradura que, al abrirse, dejó a los concurrentes con el alma desbarrancándose entrañas abajo. Quién salía macilento, tembloroso y con las manos manchadas de rojo era el cura del pueblo. Miró asustado al policía y avanzó trastabillando como queriendo escapar, aunque, en realidad, por su aspecto, parecía más bien, estarse hundiendo en las chinganas del remordimiento y la congoja...”
- ¡Basta, señor, basta, basta, esto no puede continuar! Usted sigue con las comparaciones, las metáforas, los adjetivos, los lugares comunes y ahora como si fuese poco, también gerundios... ¡Vamos! Le habíamos advertido que eso estaba terminantemente prohibido. Recuerde que todo ha cambiado, que las utopías han desaparecido, los muros han caído y por ende hay un estilo nuevo para escribir. No importa que usted viva en el tercer mundo, la literatura no tiene por qué ser un producto subdesarrollado ni una cursilería... Por otro lado, usted nos había prometido cambiar, adaptarse... ¿Nos está mintiendo o es que no nos entendió?
- Mintiendo no, en absoluto, señores... Discúlpenme. Yo sólo quería contar un cuento.
- Si quiere contar cuentos aténgase a las modernas reglas. Por ahora no lo podemos seguir escuchando.
- ¿No sería posible que... en atención a los lectores yo terminara el relato?
- ¡No y no!...¡Ni se atreva!

Friday, April 21, 2006

"Con las ilusiones fuera de foco"

El escritor Luis Cisneros Barrios, autor del libro de cuentos "Con las ilusiones fuera de foco" (Bs. As. 1999), es un autor nacido en el Cusco - Perú; desde hace años radica en Buenos Aires, Argentina, donde ha publicado sus trabajos en el género literario del cuento, en su temática relucen los motivos de su infancia y juventud en su tierra natal.
Cisneros, es dueño de un estilo peculiar de narrar, tiene una alta calidad y pulcritud en la técnica, lo que confiere facilidad a la lectura. El corte social y de protesta por las condiciones de vida de los desposeídos de la época del gamonalismo y la feudalidad, genera en el lector diferentes estados de ánimo y rechazo a la injusticia. Sus escritos tienen un mensaje humano profundo. Todo ello hace que Cisneros sea uno de los mejores narradores cusqueños de la hora presente. Su larga estadía en tierras argentinas ha hecho que su obra y talento sean poco conocidos en su propia tierra natal; sin embargo, con la presencia de sus trabajos en esta ciudad del Cusco, enviados por él mismo a sus conciudadanos escritores y críticos literarios, el reconocimiento a su labor no se hará esperar. (Julio antonio Gutiérrez Samanez)